lunes, 27 de junio de 2011

Sansone serà el yo reprimido de Bernardo? SANSONE POR ROFANES

SANSONE

Él era fuerte, poderoso. ¡Invencible! Decíase que había arremetido contra cinco elefantes juntos y a todos había vencido. También se contaba que siempre se erguía victorioso en el torneo de fortaleza a celebrarse en el condado de Northam, cuando derribaba de un solo puñetazo a sus ingenuos contrincantes, quienes, año tras año, hacían las paces para enfrentarle.
Entonces, insuflado de orgullo y vitalidad, levantaba sus brazos bien alto, mientras la bella chica de turno corría a coronarlo con guirnaldas de oro y estandarte de jade. Y él la besaba. en los labios...
Sentía atracción especial por las mujeres jóvenes, vírgenes y ninfas, que caían deslumbradas ante sus magníficos músculos de acero, que pomposamente exhibía por dondequiera que paraba; una larga cola de transeúntes aparecía entonces, pidiéndole autógrafos, con dedicatoria firmada. Y él los llenaba todos con esa sonrisa insufrible que invariablemente exhibía. Era perfecto y todos los hombres lo envidiaban.
Incluso se manejaba que muchas mujeres prometida y otro tanto casadas, se derretían por entre sus brazos echarse, cosa que efectivamente hacían, cuando la (menor) oportunidad se presentaba.
Y él, que era un pan de dios encarnado, no podía rechazarlas.
Y las amaba.Por las tardes solía ir a tomar el sol a la playa, o en una de las piscinas de los tantos clubs que frecuentaba. Entonces, para contemplarlo, sus tareas todos abandonaban: los que se hallaban dentro de la piscina ya no nadaban, aquellos que estaban conversando cortaban sus palabras y quienes hasta entonces tomaban el sol, se ponían frente a él, porque más brillo irradiaba.
Entonces él, borracho de la admiración que hacia él pregaban, hacía un clavado perfecto en el trampolín y...¡Todos boquiabierta quedaban!
Y nadaba. diez, quince, veinticinco, cincuenta piletas. Sin detenerse un solo segundo para que sus músculos descansaran. Tal era su entrenamiento, tal su perfección en el agua. Cuando arribaba a las cien, interrumpía un par de segundos, para rascar su nariz o sacarse alguna burbuja de las pestañas...Y continuaba la travesía, en medio del mirar de los concurrentes, pavoroso y agitado, quienes desde que apareciera, no habían vuelto a decir palabra.
Tres, cuatro o seis horas después, abandonaba. Y, tras saludar a sus embobados admiradores, partía para su casa. Así era él, imprevisto y relámpago, tanto en sus salidas, como sus llegadas. Entonces continuaban todos con sus quehaceres y la agitación retornaba a ser mancomunada.
Cuando se depositaba en su hogar, una multitud lo aguardaba: ancianos, jóvenes y diputadas, que deseaban tocarlo, mimarlo, abrazarlo...¡que aunque fuere los mirara!
Y, muy educado, con todos conversaba. Cuando finalmente se marchaban, largamente suspiraba, mientras secaba el sudor de su augusta barba. Y enseguida se metía en la ducha, bajo calentita agua. Ya limpito se miraba al espejo para ponerse la crema, para el mentón, mejillas y párpados. Ya en su habitación, extraía del armario la gatita blanca, unos lindos besitos y de nuevo la guardaba. Luego prendía la tele y poníase a ver Disneylandia; tras el Pato Darwin, un rico vaso de Vascolet tomaba.
Y en abrazando su osito de peluche, dormía una siesta, en su mullida cama.



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